Pido perdón por el hecho de continuar con el ya casi
olvidado caso haitiano, pero esta nueva entrada está motivada en los diversos
comentarios hechos a la publicación anterior por mis amigos y seguidores; mi
propósito, en ella, es aclarar algunos conceptos históricos que, en dichas
acotaciones, se tocaron. A todos le digo: Mil gracias por su firme apoyo...
HAITÍ, EN EL VÓRTICE HEGEMÓNICO DEL MAL
«Debió ocurrir un terremoto
en Haití, la capital quedar destruida y miles de ciudadanos morir bajos los
escombros para que los ojos del mundo pudieran fijar su atención sobre Haití,
cuyo drama humano desborda y llega ahora a su extremo, pero viene de lejos.»
Fragmento noticioso tomado del periódico Listín Diario, columna Sondeo
del periodista dominicano Luis Encarnación P.
El mal ha
posado ese poderoso aguijón de muerte, desolación y desesperanza que posee
entre sus protervas alas, sobre Haití, el cual, sin duda alguna, es el país más
empobrecido de América. Sabemos que allí ha acaecido una tragedia natural sin
parangón en nuestro continente; mas, a mí, que nadie pretenda venir a
sustraerme a los líderes políticos haitianos, latinoamericanos y mundiales de
sus responsabilidades ante tal suceso, para, entonces, correr a echar la culpa
de tan infausta desgracia a Dios o a la Naturaleza misma, seres éstos que, al
no estar presente en la Tierra, no podrían defenderse de los cargos imputados.
Tampoco deseo ver que quieran acusar a dichas entidades, de la galopante e
incontrolable corrupción gubernamental, de la siempre creciente cifra negra de
la delincuencia, de las grandes facilidades operativas otorgadas por las autoridades
(todas) al narcotráfico internacional, de los múltiples vicios —por faltas de
una adecuada supervisión y control estatal— en las construcciones públicas y
privadas, ni, mucho menos, del ominoso hecho de que tal país, al igual que
muchos otros de la región, se haya convertido en muy promisoria tierra de
nadie.
Haití —tierra
alta, en lengua aborigen—, la parte occidental de Quisqueya,
la Hispaniola o Isla de Santo Domingo, se originó
con la despoblación de esa parte de la isla ordenada en 1603 por el rey
español Felipe III y llevada a cabo por el gobernador Antonio de Osorio de 1605
a 1606 (razón por la cual se le denominó Devastaciones de Osorio). Tal y como
indica el sentido de la palabra devastar, se despobló esa zona de la isla para —sea por impotencia, miedo u omisión—
permitir las acciones delictivas de bucaneros, corsarios y filibusteros,
especies de aventureros y delincuentes europeos de la peor calaña (a los
cuales, muy estratégicamente, se unían los negros esclavos que, logrando
escapar de sus amos blancos de la parte oriental de la isla, se refugiaban en
aquellos lugares en busca de libertad), y arrasaban y desolaban los territorios,
poblaciones y mares cercanos y, más luego, corrían a esconderse en la impunidad
que le brindaba aquel descampado santuario del crimen.
Hoy como
ayer, los contrabandistas de todas layas —como los bucaneros, corsarios y
filibusteros modernos que son— les interesa mantener al Estado haitiano
descabezado, sin autoridades ni control organizacional de ningún tipo; pues
sabemos que se dice, en lo referente a la falta de organización, que a
mar revuelto, ganancias de pescadores; y, muy al propósito del vocablo
organización, decía Napoleón Bonaparte: Quítenme los ejércitos, quítenme
los recursos económicos, quítenme los alimentos, pero no me quiten la
organización, porque sólo sin ella estaré perdido; y, precisamente, eso
es lo que, los imperios terrenales, han eliminado en Haití: La Organización, ya
que, allí, no existen instituciones de ninguna clase y los gobiernos no son más
que meras figuras decorativas que, aupadas por los espurios intereses creados,
buscan proporcionar una falsa imagen de democracia...
Lo que no
puedo entender es por qué razón Latinoamérica —Haití es parte esencial de ésta
y no de África, como creen algunos despistados—, ha permitido tan pasivamente
que, con referencias a tales casos, se nos aplique aquel famoso y eficaz divides
y vencerás; tampoco por qué razón si América —la de los
norteamericanos— es de los americanos y si Europa ha creado con
éxito su Comunidad Económica Europea, nosotros, los latinoamericanos, no nos
integramos en un solo bloque que, con objetivos, recursos y organismos comunes,
nos permitan protegernos y socorrernos mutuamente, antes eventualidades como
las recién acaecidas a nuestros hermanos haitianos... Es indudable que
nosotros, los latinoamericanos, integrados en un solo bloque, seríamos
autosuficientes y mucho más fuertes y eficientes (económicamente hablando;
pues, la violencia, en cuestión de desarrollo, cae en un segundo plano) que
cualquiera y, lo que es mejor, jamás tendríamos que vernos en la penosa
necesidad de soportar que los maléficos imperios del mal —que todos sabemos
cuales son— jueguen con nuestras muy ocasionales desgracias...
Hoy vemos que
Haití, nuestro hermano en común, está envuelto en el vórtice hegemónico del mal
y, como se trata de un país que nos posee ni diamantes ni oro ni petróleo
—aunque sí una gran dignidad humana—, no puede interesar jamás a quienes se
creen los supremos guardianes del mundo. Hoy parangonando el I
HAVE DREAM de Martin Luther King hijo, quiero acotar que yo también
poseo un sueño (sé que es una utopía, pero es mi sueño): El sueño de una
Latinoamérica unida, en donde sus hijos seamos valorados por nuestras
condiciones, capacidades e ideales humanos y no por el simple color de nuestra
piel...
Haití,
amigos, es un pueblo inherente a toda Latinoamérica, por ende, es nuestra
responsabilidad reconstruirlo y extirpar el caos que, desde tiempos
inmemoriales, allí se ha enquistado; pues La Maldad
no prevalece sobre la humanidad por el expreso deseo de quienes hacen el mal,
ya que, éstos, minoría son, sino por la permisividad y omisión de aquellos que,
aún detentando autoridad y poder para detenerla, permiten que ésta se
practique; por tanto, como país latinoamericano que éste es, tiene todo el
derecho a existir y prosperar en santa paz... Por eso desde aquí les digo: Fuera
de allí contrabandistas, narcotraficantes, proxenetas y oportunistas de todas
layas; fuera de allí paramilitares ladrones y políticos corruptos; fuera de
allí, de una vez y para siempre, imperialistas y serviles, fuera de allí hordas de malvados y
delincuentes...
Autor: Rodolfo Cuevas©:
21/01/10;
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