UN NECESARIO ACLARANDO
He tratado de plasmar, aquí en este breve relato, el que, quizás, sea el
más utópico de los sueños de un ciudadano dominicano —o tal vez de cualquier
otro habitante de Latinoamérica— que anhela ver surgir en el horizonte político
nacional a ese vehemente e incorruptible cazador de corruptos que se dedique a
exterminar (sin abusos, pero sí con las leyes, la justicia y la verdad en las manos) a aquellos
cínicos leones, pervertidores de las democracias nacionales y de sus
instituciones, así como también a todas esas inmensas jaurías de gatos, y otros
animales, que le acompañan, a las cuales, tras sus putrefactos mantos, dichos leones,
aúpan y protegen siempre.
Disfruten, pues, del susodicho relato.
EL LEÓN, LOS GATOS Y EL CAZADOR
(Una parodia política dominicana)
Señoras y señores:
Existió una vez un poderoso, altivo y soberbio león que paseándose por
entre los predios de la selva en que él despóticamente gobernaba se encontró
con una serie de fieros animales severamente heridos. Al primero que vio de
todos ellos fue al peligroso tigre, su natural enemigo, a quien sorprendido preguntó:
—¡Oh! ¿Y a ti, quién rayo te puso así?
—¡El Cazador, aaayyy, el Cazador! —le respondió el agraviado tigre, mas,
como se dice que: “El enemigo de tu enemigo es tu amigo”, el León no continuó
indagando…
Más adelante, se encontró con una hiena también terriblemente maltrecha,
por causa de las profundas heridas que presentaba, pero, razonando bajo la
misma premisa anterior, ni siquiera se interesó en su caso…
Así fue viendo, a sus pasos, animales muy poderosos todos gravemente
heridos, mas —como los asumía a todos a modo de rivales menos— tampoco les preguntaba
nada…
Siguió caminando, muy orondo y orgulloso de sí y de su imperio, hasta
llegar a un lugar en que halló a una inmensa jauría de gatos, todos muy mal
heridos, a los cuales, por ser sus descendientes y protegidos, sí les preguntó:
—¿Y a ustedes, mis hijos, qué les pasó?
—¡El Cazador…! ¡Aaayyy, nos hirió ese Cazador! —le contestaron a coro.
—¿Y ése, quién diablo es? Me parece que el tigre mencionó… algo así
—adujo el siempre altivo y soberbio león.
—Se trata de un ser bípedo, que anda orgullosamente erguido sobre sus
dos pies —expuso, en tono quejumbroso, el más viejo de los muy averiados gatos.
De inmediato, apareció en el horizonte un ser erguido sobre sus dos
pies.
—¿Es ése el Cazador? —preguntó bastante airado el
león—. Decidme si es él, pues, por más ladrones que ustedes sean, somos familia
y merecen ser vengados.
—¡Ay no, señor León!, ésa es una mujer… ella es la que
pare, cría, educa o acompaña al Cazador, pero (aunque de vez en cuando puede y suele
ser cazadora) ella no es el Cazador —le indicó, con visible gesto de dolor, el
anciano gato que hacía la veces de vocero del grupo…
De pronto, emergió otro ser que, para sostenerse, se
erguía sobre sus dos pies, pero ayudándose con un báculo…
—¿Será ése el tan temible Cazador? —interrogó el feroz
e impaciente león.
—No… Ése quizás fue en sus tiempos mozos un cazador,
pero ya es tan sólo un viejo… También su compañera, a la cual ya vimos antes,
suele ayudarse con un báculo al llegar a la vejez —ilustró el roñoso gato que
le informaba.
En tales instantes, sobre el lineal horizonte, surgió
un débil y diminuto ser —que a veces se ponía en cuatro patas y otras veces, no sin dificultad, se
erguía sobre sus dos pies—, y el león, impaciente y esperanzado, aventuró:
—¡Ése sí que es el Cazador! ¿Verdad?
—No, majestad. Ése es un muchacho… Si se cuida,
quizás, con el tiempo, podría él llegar a ser un gran cazador —le indicó el veteranísimo
gato.
Muy de repente, y en lontananza, irrumpió un ser
firmemente erguido sobre sus dos pies y correctamente ataviado con todos los
aperos de un persecutor, el cual hacia ellos caminaba… y, el León, ya hastiado
y desesperanzado por la larga espera, inquirió:
—¿Y ése, quién diablo es?, ¿será el tan esperado
Cazador?
—¡Ay sí, señor León, mejor corra por su vida!, pues ese
mismo fue el Cazador que nos hirió tan gravemente —gritaron a coro los gatos y,
sumamente atemorizados, corrieron a refugiarse tras el manto purpura de su líder y protector…
Acto seguido, el Cazador, forrado hasta los dientes
con las armas del coraje, la honradez, la incorruptibilidad y la ley, arremetió
contra aquel feroz león que protegía a todas aquellas hordas de gatos mafiosos
y, de un solo trabucazo, liberó para siempre, de gatos corruptos y de leones
cómplices, que se creen siempre líderes y protectores, a todas aquellas selváticas estepas.
Y —gracias a
Dios y a ese certero disparo hecho por el bravío Cazador de gatos y leones— aquel pobre
pueblo volvió a vivir, nueva vez, en un verdadero clima de paz, de seguridad y
progreso.
Autor: Rodolfo de Jesús Cuevas©:29/09/2013;
todos los derechos reservados, Ley 65-00.
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