PURAS COINCIDENCIAS
Aristócles, el de las anchas
espaldas —razón ésta por la cual en la historia se le conoce mejor con el
sobrenombre de Platón—, decía con sumo orgullo a sus numerosos alumnos que su
maestro, quien había sido, por muchos cuerpos de ventaja, el hombre más sabio
de este mundo, sostenía que su inmenso saber se cimentaba sobre el único hecho
de saber que no sabía absolutamente nada; el cual es, en realidad, el verdadero
principio de todo conocimiento: partir de cero en cualquier investigación que
se realice.
Además, decía el bueno de
Aristócles a sus muy atentos discípulos, que su extraordinario preceptor sabía
más que cualquier otro ser mortal porque, primero, luchó por conocerse a sí
mismo y luego se esforzó por conocer a los demás. Y, es muy obvio que, se hace
mucho más fácil el poder sacar la minúscula paja que ves en el ojo ajeno cuando
primero has extraído la enorme viga que sabes hay en el tuyo.
Dicho maestro, a pesar de su vasta
sabiduría —la cual se traducía en invaluables aportes a la humanidad—, fue
injustamente sacrificado por sus compatriotas. Los cargos: Negar el poder de
los dioses, semidioses y demás divinidades del Olimpo griego, predicar muy
impíamente la existencia de un solo Dios (supuestamente único, todopoderoso y
omnipotente) y, además, corromper, con éstas y otras enseñanzas similares, a la
sana juventud de su tiempo. En cuanto a la forma de ejecución que sufriría por
su osado atrevimiento, se determinó que: Sería envenenado, en acto público, por
medio de la obligada toma de la ya famosa Cicuta.
Mas, al
de las anchas espaldas, se le olvidó advertir a sus numerosos discípulos que
todo parecido de éste, su sabio maestro del pasado, con otro gran maestro del
futuro —que también sería igualmente sacrificado, o mejor crucificado, por tan
sólo sugerir a los seres humanos: “Amaos los unos a los otros”—, sería tan sólo
un asunto de puras coincidencias.
Autor:
Rodolfo Cuevas B.©:10/10/2003;
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